La identidad judía no depende en primer lugar de la aceptación de creencias o del seguimiento de un modelo de vida determinado.
En primer lugar, el judaísmo ortodoxo defiende que la Ley judía (halajá) establece que aquel que ha nacido de madre judía, o ha realizado un proceso de conversión (guiur) conducido por un rabino, comunidad judía (sinagoga) y finalizado ante un beit din (tribunal rabínico) ortodoxos, es judío por definición.
En segundo lugar, el judaísmo conservador defiende los mismos puntos, con la particularidad de que los procesos de conversión aceptados son los realizados por la ortodoxia (proceso anteriormente citado) o por los beit din propios del judaísmo conservador.
En tercer lugar, los reformistas creen que son judíos aquellas personas que han «nacido de madre o padre judíos» o se han convertido ante un beit din ortodoxo, conservador o ante un rabino reformista . A este punto cabe añadir que los rabinos reformistas que habitaban en América establecieron que los hijos de padre judío podían ser considerados como tales si recibían algún tipo de educación judía. Esto se debe a que 57 de cada 100 hombres judíos decidían casarse fuera del grupo de mujeres judías.
Por lo tanto, ser judío es una cuestión de descendencia física y/o espiritual (descendientes espiritualmente de los patriarcas Abraham, Itzhak y Yacoov). Según la halajá, una persona judía puede ser cristiana o musulmana, sin perder su condición formal de judío pero perdiendo los derechos religiosos y comunitarios (por ejemplo, el derecho a la sepultura en un cementerio judío).
A pesar de todo esto, convertirse al judaísmo es posible.
Este punto es uno de los que más diferencia al judaísmo del cristianimo o del islam, pues a estas dos últimas religiones monoteístas puede pertenecer cualquiera que profese y respete sus creencias.
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